La conversación tecnológica en torno a la IA ya no se reduce a cuánta potencia de cálculo o cuántos parámetros tiene un modelo. El hilo conductor hoy son las bragawatts: una fanfarronada energéticamente rallada que intenta captar la atención sobre la magnitud de la infraestructura necesaria para entrenar y ejecutar sistemas de IA. Según estimaciones recientes, OpenAI y sus campus de IA dependerán de más de 8 GW de potencia para funcionar, sumando con otros centros explorados por la empresa. En conjunto, se habla de proyectos que alcanzan decenas de gigavatios, con planes de 46 GW de potencia informática para ciertas iniciativas y un gasto mundial proyectado en centros de datos de 3 billones de dólares para 2029. Todo ello se acompaña de debates sobre la procedencia de esa energía y el ritmo de desarrollo; la energía proviene cada vez más de infraestructuras diversas, incluyendo acuerdos con sectores como petróleo y gas, y aun así la discusión persiste sobre si estas cifras son realistas. En medio de este torbellino, el término bragawatts emerge como una crítica y una curiosidad sobre cuánto están dispuestas las empresas a presumir públicamente sus capacidades energéticas.

Estas cifras y promesas se entrelazan con la historia de cómo la tecnología de la información ha sido tratada como un arma de influencia. Dos ejemplos lo ilustran con claridad: la gestión del conocimiento a lo largo de la historia y el presente. Desde la Encyclopédie de Diderot y d’Alembert defendida por Malesherbes, hasta Carnegie que impulsó bibliotecas públicas gratuitas, pasando por Encarta de Microsoft y la crítica creación de Grokipedia de Elon Musk, la narrativa muestra que el control de la información ha estado ligado a intereses económicos y políticos. En la era digital, la lucha por el acceso al conocimiento sigue siendo central: Wikipedia popularizó el conocimiento gratuito frente a modelos comerciales de referencia, y Grokipedia representa, para algunos, un intento de ofrecer narrativas alternativas basadas en IA. Este hilo histórico continúa con Murdoch y su imperio de medios orientado a la opinión, recordándonos que el conocimiento siempre ha sido un campo de batalla político, no solo técnico.

En paralelo, el panorama tecnológico también muestra esfuerzos de convivencia entre plataformas y usuarios. En Huawei, seis años después del veto de Google, los usuarios pueden instalar Google Maps y Gmail con relativa comodidad en el Huawei Pura 80 Ultra a través de tiendas alternativas y servicios abiertos, aunque la experiencia no llega a igualar la integración de Android puro. HarmonyOS ofrece una experiencia fluida y opciones competitivas, pero la ausencia de Google Play Store y la limitación de ciertas apps resaltan el desafío de equilibrar ecosistemas abiertos y hijas de una gran plataforma. Este caso subraya un tema recurrente: la interoperabilidad entre sistemas, la libertad de elección y la dependencia de apps clave para la experiencia diaria en móviles.

En el terreno de la IA de consumo, Apple ha puesto en marcha un plan ambicioso para Siri. La promesa de una Siri capaz de entender contexto y ejecutar acciones complejas llega acompañada de decisiones estratégicas: Apple apostará por Gemini, el motor de IA de Google, integrado en servidores propios con chips Apple Silicon para mantener el control de la experiencia de usuario y de los datos. Gemini ostenta 1,2 billones de parámetros, mucho más que los modelos internos actuales de Apple, y se utilizará para dotar a Siri de capacidades avanzadas, desde entender múltiples preguntas hasta encadenar acciones sin bloquearse. Aunque Google y Apple mantienen una relación comercial que facilita este acuerdo, la idea es que la colaboración sea temporal, con Apple buscando eventual independencia tecnológica. Todo ello apunta a una Siri más contextual, más capaz y, sobre todo, más integrada a la privacidad y al ecosistema de Apple.

Finalmente, el sueño de Elon Musk sobre la fusión mente-máquina, impulsado por Neuralink y los robots humanoides de Tesla, sigue avanzando con obstáculos realistas. Aunque se ha mostrado la posibilidad de controlar robots con el pensamiento, los avances técnicos aún muestran fallos: el primer implante humano ha perdido eficacia con el tiempo y los robots Optimus demuestran movimientos limitados y desafíos de equilibrio. En este escenario, la promesa de una interacción directa entre cerebro humano y máquina no es inmediata, y los avances se mueven entre anuncios ambiciosos y resultados prácticos que requieren años de desarrollo y pruebas. Este contraste entre aspiración y realidad subraya una verdad constante de la tecnología: los avances disruptivos rara vez llegan sin fricción ni dudas sobre su viabilidad a corto plazo.

En conjunto, estas cinco historias dibujan un paisaje donde la energía necesaria para entrenar IA, el control del conocimiento, la interoperabilidad de dispositivos y la IA en el móvil, junto con los sueños de interfaces cerebro-máquina, están definiendo el rumbo de la industria tech. La IA no es solo un conjunto de algoritmos: es una infraestructura, una narrativa y una promesa que requiere energía, gobernanza de información y alianzas estratégicas para hacerse realidad en nuestra vida diaria.

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